La aventura de tener un cómodo sofá.

En lugar de tomarme un somnífero, quiero abandonar a mi marido, y regresar luego de algunos años con un buenos días, como si sólo nos hubiera separado el sueño de una noche cualquiera. ¿Qué haría Amanda Malocci durante todos esos años? Y qué sé yo, lo mismo que hace todas las noches en las que su marido la abandona a ella mientras duerme, vivir historias nuevamente, y nuevamente. Vivir las mismas historias distintas. Empañadas y enajenadas. Las historias que no acabaron nunca, como todas las historias cuando ya son pasadas. Desenrollando las posibilidades y sorprendiéndose cada vez con lo que nunca se habría podido imaginar como presente. Pero a fin de cuentas el que la imagina soy yo mismo. Desesperado, por imaginarla mientras vivo en esta maraña de idilios resquebrajados. Pensándola con ese marido durmiendo a su lado, y rehaciendo el cuento conmigo en el lugar de ese marido, dormido no, por supuesto. Aunque a veces creo que ella lo prefiere dormido, es como la detonación de una libertad alterna a la libertad que siente de estar consigo misma estando con él.

Ajá… ¿en qué estábamos? Lo he estado abandonando tanto todo que ya no sé siquiera si vale la pena recordar para continuar, sino simplemente continuar desde cualquier punto de la historia.

Pero siempre hay fragmentos que me gustan más, y siempre hay nuevos fragmentos que me gustan más. Sin embargo hay tantos fragmentos que siempre me gustan más como muchos otros que no siempre, o que quedan sólo porque el azar los hizo notables para tu sentido del amor.

...y a cambio de mi se inventó un Pablo.

Ahora prefiero los fragmentos menos intelectuales, sólo los que rompen con la cosa esa que de repente se te forma de tanta verborrea, una especie de masa evaporada caliente como cuando aterrizas en Guayaquil City.

Hablo del melodrama como esa necesidad idiota y muy zona baja de los seres ¿humanos? Hasta yo misma me doy vergüenza inventándome esos telenovelones que en realidad no son del todo inventados... Ahora es como que todo fue desencadenando en un género de humor realista, e incluso hiperbólico. Ya no me gusta tanto el oximorón por romanticista  adolescentón. Bu... la madurez. Es mejor terminarlo todo con un deux ex machina del absurdo.

Y creo que esta es la parte en la que miro hacia abajo y...
no sé, pero de lo que estoy segura es de que aquí no muero.

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