Carta de un vacío de invierno rosa
Ya no espero más. Más nada. Todo se incursiona se dimensiona hacia un lugar inhóspito. Las palabras revientan en la boca callada, en el alma -erótica, me dice Nis- porque el amor se disuelve como un rocío en medio de un acantilado. Quien nos guía hasta el abismo, sabe que quiero, sabe que busco el abismo. Nadie sabía que las cartas iban, las cartas, hasta que se corta la correspondencia, y de pronto se alinean las estrellas y vuelve un ciclo pisciano a morir, a morir de amor -Mejor, decía Andrés- hay gente que ni sabe para qué vive, no lo recuerdo pero me hace más sentido así, cuando Andresito anda hecho ceniza. Cuando lo extraño. Lo voy a extrañar siempre. Los duelos que no sé hacer, decía él. Y por eso me quiebro, por eso y por la música hecha para dormir... por las cigarras y la luna llena... por el piano. Me quiebro y toco y canto y me inspiro porque se me han muerto los seres más hermosos que he conocido, porque se han liberado y no he dormido, y estoy sensible y repleta de lugares comunes. De trópicos, de noches, de amarguras de lo efímero. Hablo y represento a Martina diciendo mucho sobre el corazón de los instrumentos, sobre la electricidad, sobre la razón para querer el peligro, para morirse de amor, de algo que tiene que acabarse. Es como si te me acabaras, pero tuvieras más para amarte después, un más allá en la Tierra. Te entierro cada cierto tiempo. Me rindo. Duele rendirse. Y entenderlo. El amor no correspondido es una cagada. Y el correspondido junto con el no correspondido es un laberinto, hay un mareo, un conflicto, un dolor porque sabes que tienes que decidir y te decides por el no correspondido, o decides enterrarlo y eso toma tiempo antes de comprometerse... de saber que no podemos comprometernos porque nuestro corazón no nos pertenece aún. Todo duele y como de belleza. El amor es inaudito. Escribo derrotada y esperanzada al ritmo de los augurios, de la fe que le tengo a todo lo bueno, de estar perdiendo el miedo, de entregarme a la palabra. Un diván infinito. No todo está predestinado. Solo que nosotros, los tres, los cuatro, los veinticinco... Se cumple un ciclo de haber sanado y de tener la oportunidad de empezar de nuevo... Y el amor es tan lindo... y el desamor adquiere su color. Todo lo presiento, tengo los poros receptando el dolor del círculo. Yo sé que lo extrañan como yo lo extraño. Los extraño a los dos. Y no tengo nada más que un llanto que aspira a un arrullo azul. Unos ojos aguados, un final feliz. Unos textos inéditos, una incertidumbre... Una imagen sin elegir. Un mañana. Mañana es mejor, una virtud geminiana, las mil musas de Spinetta. Y claro, el piano. Un arrullo que sabe a mora, que se queda entre las muelas, que me regala la vida, o Dios. Creer en Dios es saber perdonar cada paso, y agradecer la huella. Un poemario inédito, todo maravilloso y etéreo, a todo le llega su momento bajo la luna llena. Un proceso transformador, es la efervescencia del Escorpión. El poder sanador del sexo, aunque nos riamos de ello, aunque nos coqueteemos como niños. Nos hemos de mil maneras, tengo demasiado dentro. Dejo de ser un gato, paso a ser Like a Bird, o un silencio. Lo que cura el ego. Viva la vida. Ya no espero más nada.
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