serpentinas.

El titicaca, desde arriba.

El titicaca, desde abajo.

El titicaca, desde adentro.


Recuerdo una vez que la Estefa me dijo, mientras leía una especie de anuncio en el periódico, cuando teníamos trece años, aproximadamente: “No todos los días te levantas y dices: quiero lanzarme en un paracaídas…” Ahora, no sé a qué vino ese recuerdo, si a llenarme un blanco más en la pantalla, o a contarles algo sin mi permiso. Lo que sí les puedo contar, es que mientras más lejos estoy de querer contarles algo, más cerca estoy de contárselos. Y es que la inspiración, como lo dicen los genios musicales, no se alimenta con la expiración, creo que la expiración es lo más difícil de lograr cuando la inspiración te grita, “¡ya!”, ¿ya qué?, ¡ya lánzate pues! Y la inspiración empieza a tornarse un tanto desesperada, entonces ahí logramos desatar el nudito, preparar los vientos y decirnos a la nada. Pues bien, ya me lancé una frase, ya qué más le puedo hacer, tengo que ser constante, aunque estuve a punto de pasar a una mejor vida, de creer que ya nadie tenía la curiosa necesidad de ver si esta niñita se había dignado a escribir nuevamente, pero, como ven, ya están al borde de acabar muertos de hambre con esta lectura, para la próxima les caliento un pancito con su olor a pan, el único y metódico olor que distrae cuando no sabemos a cual de los sentidos obedecer y nos hacemos al instinto, al paracaídas, siempre y cuando la gana se nos mantenga loca y la garganta inspirada para gritar cuando el grito sea, inconsciente, sólo una parte de la diversión.

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