Carta de un vestigio del futuro #30


Esperaba un retazo, un picelazo. Debí pintarme intranquila ante el mar. Debí pintarme tal cual dije en un pasado, donde no te conocía, cómo te dejaría de amar: el día en que un pintor plasme el ruido de una lágrima al caer. Gracias por tu generosidad. Perdón por las veces en que lo quise controlar, en ocasiones el miedo se me salía de las manos, como una sombra perseguidora, la paciencia no es lo mío. Y me duele. Es difícil aplacar el ego de ser tan linda, de ser la más increíble, y no ser vista. Es difícil dejar de apretar los dientes por no haberte podido sostener. ¿Acaso no hay otra manera de volver a mí? ¿Tengo que dejarte ir para que el tiempo me diga que fue lo mejor, cuando la incertidumbre pena, cuando es un placebo que quiero tomar? Quisiera ser más valiente e insistir. Estar convencida de que eres para mí y decirte con furor que estás equivocado. Tengo que dejar de justificar mi amor y abrazar el ronroneo. A veces me canso de fortalecerme, te confío mi cuerpo indisciplinado. Pasa que no quiero volver a tierra, me conforta mucho navegar, aunque tenga que reprimir el verso para hacerme más grande, para que me admires más. Quisiera poder admirar tu capacidad para soltar, sin sacrificarme. Me cansa la idea de seguirte escribiendo hasta curarme, porque no soy una pluma, soy una tijera oxidada. Voy entonces a cantar mi canción: limonada de sol. Le pondré campanas, hechas de caracolas y me iré sin bandera blanca, aunque mi orgullo salga lastimado, y soñar con que el equilibrio es posible.

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