Las Flores

A veces parece que la manera más sencilla de olvidar los problemas es cerrar los ojos para siempre.

Cuando alguien muere, no podemos hablar de nada… sólo acompañar el dolor de los que se paran delante de un cuerpo inmóvil y decirles frases acerca de sentir, pero sin saber qué sentir realmente. Una sensación fría… o caliente, depende tan sólo de cuántas personas asistan, de qué tan reconocido sea ese cuerpo que ya no tiene sentido.
Sin embargo, los sentidos se enredan en los ojos de quienes lo vieron pasar junto a ellos… y algunos lloran por fuera, y otros adentro.
Una mezcla de perfumes y rosas blancas y violetas, la naturaleza sobre lo inerte, dándole el significado que no le dimos en vida a un ser que ya no es.
Y no sabemos a dónde van los ojos cuando se cierran… sólo nos quedamos quietos, vestidos de negro, acompañando los sentimientos que se van detrás de un cajón.
Qué extraño debe ser morirse y no percibir los olores, qué misterio es estar vivo y acompañando; saber que no se sabe nada, creer las palabras que salen de la boca del espíritu y dar consuelo con manos invisibles.
Comprender que la vida es tan frágil, y la muerte… algo impredecible, una espera sin relojes y sin pies.
Pero mientras se está ahí, saludando a los vivos y conociendo gente… esos ramos con los que despedimos el cuerpo, esas vidas quietas que no tienen conciencia, parecen comprenderlo mejor que nosotros.

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